Hace unos meses, Laida y yo recibimos la invitación de Pierre-Emmanuel Finzi y Garbiñe Ortega para pensar y escribir sobre Lagartijas Tiradas al Sol, compañía con la que nos une una larga amistad, desde hace más de una década y con la que, además, pude colaborar en Mexicanos al grito de guerra, un proyecto site-specific que desarrollamos por invitación del Festival Sismo de Madrid. Con el tiempo dicha pieza serviría de base para que Francisco Barreiro contará la historia del Tigre y de los primeros años de historia del narco mexicano en Está escrita en sus campos.
“Como puede ser que en un país con tal belleza
el maldito dinero es lo único que les interesa
mira la gente se muere de hambre y pobreza
si los aztecas lo vieran se morirían de tristeza”
México mágico, Mau Hernández aka Azcino,
para Está escrita en sus campos.
La invitación de Garbiñe y Pierre era para reflexionar y escribir sobre la relación entre el trabajo de Lagartijas Tiradas al Sol y el mundo del cine. Una tarea que se suponía fácil teniendo en cuenta la larga trayectoria que varios miembros de la compañía tienen como intérpretes y realizadores de video, cine y televisión. Trayectorias a las que se suma la fructífera relación que les une, desde sus inicios, a la filmografía del realizador mexicano Nico Pereda. Una filmografía que no se entiende sin la presencia de los miembros de la compañía, tanto delante como detrás de las cámaras. Fauna, el último film de Pereda, es un claro ejemplo de esa estrecha relación profesional, de esa estrecha relación de afecto. Pero que va, finalmente este texto hablará de otras cosas. Para escribir sobre cine, habrá otras que lo harán mucho mejor.
Dicen en su web[1] que Lagartijas Tiradas al Sol es una cuadrilla de artistas convocada por Luisa Pardo y Lázaro Rodríguez para vincular el trabajo y la vida. Y las palabras escogidas son precisas. Porque si buscas en los diccionarios, una cuadrilla se puede referir a un grupo organizado de personas que realizan un trabajo, como una cuadrilla de obreros, o a un grupo de personas unidas por una estrecha relación de amistad o parentesco. Nos gusta pensar que Lagartijas es exactamente, la mezcla de eso. Una familia de obreros escénicos, a los que les une una profunda amistad. Y ha de ser así, porque solo desde un afecto real se pueden aguantar los centenares de horas de viajes, hoteles y montajes que acumulan en la última década.
Pero la familia Lagartijas no es una familia cualquiera, es una familia convocada. Un concepto que automáticamente nos hace pensar en un akelarre. Ese rito ancestral vasco que durante siglos ha convocado a mujeres y hombres en medio del bosque, a quienes la inquisición acusaría de brujas y brujos, para sumar fuerzas, compartir conocimientos y de esta forma hacer posible, otra vez y entre todas, la magia. Encuentros que tienen sus símiles en distintos pueblos, con otros nombres, otros personajes y otras puestas en escena, pero con objetivos muy parecidos.
Un rito pagano ancestral que se activa por el trabajo colectivo y que por medio de la magia abre frente a nuestros ojos, puertas hasta ese momentos desconocidas u olvidadas. Tal vez y solo tal vez, estemos frente a otra definición posible para aquello que desde la tradición griega llamamos teatro.
Pero claro, ese olvido no es fortuito, natural, ni producto del paso del tiempo. Ese olvido responde claramente a una manera de hacer, a una forma de organizar el mundo que busca anular la fuerza y el poder de los ritos ancestrales nacidos desde abajo. Porque todos los cuentos y relatos sobre los ritos satánicos o las supuestas adoraciones a Lucifer que se daban cita en los akelarre, no son más que los vanos intentos, que la historia oficial ha repetido hasta el cansancio, de prohibir las danzas y los cantos que nos unen a la tierra. La misma historia oficial y la misma forma de hacer que Lagartijas ha puesto en solfa con cada una de sus piezas, con cada uno de sus escritos, con cada uno de sus videos o con cada proyecto educativo. Proyectos que cuestionan también, incluso la historia que nos hemos contado los vencidos para explicar nuestras derrotas y errores.
Magia mexicana para un México mágico que mezcla historias no contadas, maquetas, máscaras, proyecciones y bellas escenografías pensadas siempre desde la austeridad. Porque, sin quererlo, Lagartijas he hecho suya la máxima del documentalista chileno Patricio Guzmán que dice que todo el equipo de rodaje de un documental debe caber en un solo coche. Es más, en el caso de Lagartijas es todo el documental, ya finalizado, el que cabe en dos o tres maletas.
Una de las primeras veces que escuchamos a Lázaro y Luisa hablar de su trabajo, les toco responder porqué habían decidido hacer del teatro documental su forma de hacer, su forma de explicar el mundo. Y a nosotras la respuesta se nos marcó a fuego, por potente y por sencilla, y de paso, fijo el rumbo de lo que nosotras queríamos hacer como compañía. Lo que venían a decir es que al igual que muchos de su generación habían aprendido rápidamente que lo que realmente pasaba en México nunca iba a ser contado por los grandes medios y que por esto, ellos habían asumido la responsabilidad de bucear en la historia borrada del país, para poder compartirla.
Y así lo han hecho, durante más de diez años. Con la historia del PRI (Partido Revolucionario Institucional) que gobernó México durante siete décadas, con las guerrillas populares de los años 70 que soñaron otra Latinoamérica que fue arrasada por la barbarie capitalista, con la violencia extrema que viene azotando el territorio, sin parar y que les ha atravesado y golpeado directamente al igual que los terremotos que hacen crujir la tierra cada pocos años, o incluso con sus propias historias personales. Con la historia de sus propios cuerpos, de sus deseos, de sus miedos.
Pero la reflexión de Luisa y Lázaro iba más allá. Porque si esta relectura de la historia oficial ya lo habían hecho innumerables veces, las y los artistas mexicanos desde la literatura, las artes visuales y el cine era más que evidente que también se debía hacer desde el teatro. Desde un teatro contemporáneo que en ese momento estaba mucho más preocupado en relatar la historia biográfica de sus propios autores, o de pensar y desarrollar dispositivos escénicos cada vez más inteligentes, complejos y lúcidos, pero también cada vez más vacíos.
Y así lo hicieron las Lagartijas. Desde arriba del escenario y mirando a los ojos al espectador.
Luego de años girando como compañía de artes vivas documentales, nos hemos dado cuenta que una de las costumbres más arraigadas entre los espectadores de teatro documental es preguntar a la compañía si tienen pensado transformar en una pieza audiovisual lo que acaban de presenciar en escena. – Todo esto que cuentan es muy interesante y es imprescindible que se sepa, nos dicen, pero yendo de teatro en teatro no lo van a conseguir. Imagínense a la cantidad de personas a las que podrían llegar si esto fuera un documental. Un documental, documental. Un documental de verdad. – E indudablemente, es cierto.
En este presente, donde las pantallas marcan la mirada y los intereses, seguro que transformar todas estas historias en películas permitiría a la familia Lagartijas llegar a muchísima más gente, en muchos más sitios y de una manera más rápida. Y esto casi seguro, que sería más útil. Pero, que más da. No hay nada más inútil que la poesía y ya ves, nos dejamos la vida en ella y ella, de vuelta, nos salva la nuestra, una y otra vez.
Txalo Toloza-Fernández y Laida Azkona Goñi